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sábado, 26 julio 2025
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Mindfulness en movimiento: Cómo la fotografía aérea te conecta con el presente y la naturaleza

  • Escrito por Luis M. Flores Landeta
  • Publicado en Expertos

Introducción

Abril 2025. Japón florecía bajo los cerezos, y yo, con la mochila al hombro y el dron cuidadosamente guardado, emprendía un viaje que no solo me llevaría por antiguos caminos samuráis, sino también hacia una reconexión profunda conmigo mismo. Durante tres semanas, recorrí templos, ciudades y paisajes rurales, pero fue en la ruta Nakasendo —entre los pueblos de Magome y Tsumago— donde el tiempo pareció detenerse.

La Nakasendo, antigua vía que unía Kyoto con Edo (la actual Tokyo), fue recorrida durante siglos por comerciantes, viajeros y samuráis. Hoy, ese sendero serpentea entre montañas, bosques de cedros y aldeas que parecen detenidas en el tiempo. Allí, en medio del silencio y la niebla matinal, encontré algo más que belleza: encontré presencia.

Caminando por ese sendero ancestral, con el zumbido suave de mi dron elevándose entre los árboles, descubrí una forma de meditación que no conocía. No era la quietud de un cojín ni el silencio de un templo, sino el acto de observar desde el cielo, de contemplar sin intervenir, de estar completamente ahí. La fotografía aérea se convirtió en mi ancla, en mi forma de practicar mindfulness en movimiento.

Este artículo es una invitación a recorrer ese camino conmigo. A través de palabras e imágenes, quiero compartir cómo volar un dron en medio del Japón rural no solo me permitió capturar paisajes espectaculares, sino también habitar el presente con una intensidad que pocas veces había experimentado.

El sendero de los samuráis: caminar hacia el presente

El día que llegué a Magome, el aire tenía ese aroma limpio que solo se encuentra en los pueblos de montaña. Las casas de madera oscura, las calles empedradas y el murmullo del agua corriendo por los canales me dieron la bienvenida como si el tiempo se hubiera detenido. Era temprano por la mañana, y el sol apenas comenzaba a filtrarse entre las nubes bajas que abrazaban las colinas. Me ajusté la mochila, aseguré el dron en su estuche, y comencé a caminar.

Imagen2Magome-juku, Japón. Abril 2025. Foto tomada con Camara Nikkon Z fc. Uno de mis hobbies favoritos es hacer hikes o caminatas y poder capturar la esencia de los lugares que visito. Está foto la tome a la entrada del pueblo de Magome, al comenzar con un hike de 8 km que me llevaría a través del Japón rural.

 

La ruta Nakasendo, conocida como el camino entre las montañas, la ruta a pie entre Kyoto y Tokyo, se desplegaba ante mí como una cinta de historia viva. Cada paso sobre la tierra húmeda, cada crujido de las hojas bajo mis botas, me alejaba del ruido del mundo moderno y me acercaba a algo más esencial. No sabía exactamente qué buscaba, pero sentía que lo encontraría en ese camino.

El sendero entre Magome y Tsumago es uno de los tramos mejor conservados de la antigua ruta. A medida que avanzaba, el paisaje se transformaba: campos de té, bosques de cedros, puentes de madera, y pequeños santuarios escondidos entre los árboles. No era solo un paseo; era una inmersión en el alma del Japón rural. Y lo más sorprendente fue que, sin darme cuenta, mi mente comenzó a aquietarse. No pensaba en el itinerario, ni en el reloj, ni en el mundo que había dejado atrás. Solo estaba ahí, caminando, respirando, observando.

Fue en uno de esos momentos de pausa, al borde de un claro desde donde se divisaban las montañas cubiertas de niebla, que decidí detenerme. Saqué el dron, lo preparé con calma, y lo lancé al cielo. Mientras ascendía, sentí que algo dentro de mí también se elevaba. Desde esa altura, el paisaje se revelaba en toda su majestuosidad: los caminos serpenteantes, los ríos brillando como hilos de plata, los árboles extendiéndose como un océano verde.

Y entonces ocurrió algo inesperado: me sentí completamente presente. No había pensamientos, ni distracciones, ni expectativas. Solo el zumbido suave del dron, el viento en mi rostro, y la belleza del mundo desplegándose ante mis ojos.

Volar para ver: la fotografía aérea como práctica de presencia

Mientras el dron flotaba sobre el valle, yo lo observaba desde el suelo, con el control en las manos y el corazón en calma. No era solo una herramienta tecnológica; en ese momento, era una extensión de mi mirada, una forma de explorar sin invadir, de contemplar sin poseer. Cada imagen que capturaba —un puente de madera cruzando un río cristalino, las curvas suaves de las montañas, los árboles alineados como guardianes del sendero— era un testimonio de ese instante de conexión total.

Imagen3Imagen4

Ruta Nakasendo, Japón. Abril 2025. Foto tomada con Dron DJI Mini 4 Pro. En medio del camino me encontré con este puente y el arroyo corriendo. Decidi sacar el dron y comenzar a volarlo para capturar el paisaje y de paso me hice un selfie.

 

Usaba un DJI Mavic Mini Pro 4, ligero pero potente, ideal para este tipo de travesías. Lo había llevado conmigo en otros viajes, pero nunca lo había sentido tan integrado a la experiencia como en Japón. Allí, en medio del silencio del bosque y la historia que respiraban los caminos, volar el dron se convirtió en un acto de atención plena.

No había prisa por capturar la “mejor toma”. Me tomé un par de horas simplemente para observar desde el aire, para dejar que el paisaje me hablara. Y lo hizo. Me habló de equilibrio, de armonía, de la belleza que existe cuando uno se detiene a mirar. En ese vuelo, no solo tomé fotografías: me tomé el tiempo de estar presente.

Cada imagen era una pausa. Un momento suspendido en el que el mundo no pedía nada, solo ofrecía. Y yo, por primera vez en mucho tiempo, me sentí completamente disponible para recibirlo.

El viaje interior: cuando mirar se convierte en habitar

Después de ese vuelo sobre el valle, algo en mí cambió. No fue una revelación repentina, sino una sensación suave pero persistente de que había tocado algo esencial. No solo había visto el paisaje: lo había habitado con la mirada, con la atención, con el corazón.

Seguí caminando hacia Tsumago con una ligereza nueva. El sendero seguía siendo el mismo, pero yo ya no lo era. Cada curva del camino, cada sonido del bosque, cada sombra proyectada por los árboles tenía un peso distinto. No necesitaba hacer nada más que estar ahí. Y eso, en un mundo que nos empuja constantemente a producir, a avanzar, a acumular, era profundamente liberador.

Comprendí que el mindfulness no siempre requiere silencio absoluto ni posturas meditativas. A veces, basta con detenerse, mirar desde otro ángulo, y dejar que el mundo nos hable. En mi caso, ese ángulo fue el del dron, pero también fue el de una mente abierta, dispuesta a recibir sin controlar.

Desde entonces, mi forma de viajar ha cambiado. Ya no busco solo lugares hermosos, sino momentos de presencia. Ya no llevo el dron solo como herramienta creativa, sino como un recordatorio de que volar —literal o simbólicamente— puede ser una forma de volver a uno mismo.

Hoy, cuando reviso esas imágenes, no solo recuerdo los lugares, sino cómo me sentí en ellos. Y eso, quizás, es lo más valioso que uno puede traer de un viaje: no souvenirs, sino momentos vividos con plenitud. Porque al final, practicar mindfulness no es otra cosa que aprender a mirar —con atención, con intención, con el corazón abierto— incluso cuando estamos en movimiento.

Imagen5“Si uno entiende completamente el momento presente, no habrá nada más que hacer, y nada más que perseguir. Vivir siendo fiel al único propósito del momento.”
— Yamamoto Tsunetomo, autor de Hagakure, el libro del código samurái.

 

Luis M. Flores Landeta
Fotógrafo y Piloto de dron.
e-mail: luiflorla@yahoo.com.mx

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