METÁFORAS DE LA VIDA: MI CASA Y MI CUERPO
- Escrito por Dr.Poo
- Publicado en Especialistas
Mi buen amigo Prudencio, me comentó un día “… mi casa es mi espacio, mi morada, mi refugio…” Por muchos motivos, nuestra casa resulta muy querida y poco a poco aprendemos a cuidarla. Las casas de los diversos seres humanos se parecen, ya sea la casa de un habitante de Noruega, de Colombia o de Toronto. Todas tienen al menos una puerta de entrada, un vestíbulo, una sala, un comedor, una cocina, baño y al menos un cuarto-recámara. Podrán variar en distribución o tamaño, pero todas se parecen e incluso seguramente se parece a la tuya.
Pues, así como la casa de mi amigo Prudencio se parece a tu casa, mi cuerpo se parece al de otros. Tengo cabeza, cuello, tórax, abdomen y extremidades. Podrá variar mi altura o mi peso, pero al final nos parecemos. El lenguaje de la geometría de la vida es muy parecido, desde la inmensidad de una galaxia hasta la pequeñez de un átomo, desde la red de una araña hasta las celdas de un panal de abejas, desde tu casa hasta tu cuerpo.
Mi casa es como una metáfora de mi cuerpo tanto en su parte material o física como en la inmaterial o funcional. Así como existen metáforas de sonidos, imágenes y olores que nos permiten evocar la misma sensación, pero con objetos diferentes. Así pretendo convencerte que, así como cuidas tu casa, debes cuidar tu cuerpo.
Cuando hablamos de nuestra casa, generalmente solemos decir que la conocemos hasta en el detalle más íntimo. Por ejemplo, sé en que cajón guardo los clips para agrupar hojas, las llaves, los calcetines, el rincón exacto donde está la escoba o los trapos de limpieza, las toallas y el suéter viejito, rasgado, pero muy amado. En cuestión de males, conozco si la pintura de la fachada o del patio están deterioradas, el rincón exacto donde está el foco fundido. Me recuerdo si han venido a impermeabilizar o bien si las regaderas de las duchas fluyen bien o ya requieren una buena destapada. En fin, que en general suelo ser un experto o bien me entero de los que pasa en mi casa. Es cierto que, en ocasiones, nada de lo que ocurre en ella me resulta mío porque otros se encargan de ello. Pero, aquí pretendo convencerte que aprender mucho sobre tu cuerpo te hará disfrutarlo tanto como a tu casa.
Saltando a la otra dimensión de la metáfora de la vida, resulta sorprendente que a veces no conocemos nuestro cuerpo. Sabemos que tenemos un hígado, pero no estamos seguros de donde se ubica. ¿Del lado derecho o del lado izquierdo? Sé que existe el cóccix y el occipucio, pero no estoy seguro cual va arriba y cual va abajo. Ubico bien que mi corazón está en el tórax, pero no estoy seguro en qué parte del abdomen está el páncreas y el colon. Pues te comento que, un día mi amigo Prudencio descubrió que en su casa se habían acumulados 7 desperfectos:
• Pintura descarapelada en una parte del muro de la entrada.
• Una gaveta atascada en el closet de la ropa.
• Dos focos fundidos en la lámpara comedor.
• Humedad en un muro del cuarto de juegos
• Mal flujo del agua caliente del baño de visitas
• Puerta de madera un poco caída, en uno de los closets
• Mosaico parcialmente fracturado en la cocina
Comprendió que la mayor parte de ellos ocurren por desgaste por uso frecuente, exposición a la lluvia o por el paso del tiempo. Algunos de estos desperfectos los puedo solucionar yo mismo, pero otros requiero un especialista. Algunos son más urgentes y más caros que otros. ¡Pero, en fin, cada uno de ellos los tengo bien ubicados y les llegará su tiempo, jajajá!
Pues reflexionando sobre los desperfectos de la casa de mi amigo Prudencio, resulta interesante hacer la analogía con el cuerpo, ya que también puede acumular desperfectos a través del tiempo. Los médicos solemos llamar a esos desperfectos como enfermedades. De hecho, de pronto, el cuerpo de un ser humano puede acumular 7 diferentes enfermedades, por ejemplo:
• Miopía y requerir gafas
• Rinitis alérgica y sufrir de nariz tapada o llena de secreciones
• Gingivitis y dientes flojos.
• Reflujo
• Lumbalgia
• Desgarro de los meniscos de una rodilla
• Hepatitis
Y entonces, llega como una iluminación la sensación de querer convertirse en un buen arquitecto de mi propia anatomía y conocer como si se tratara de mi casa, en donde está los males y como aprendo a detectarlos y a tratarlos.
Durante muchos años, las comunidades humanas, las étneas más antiguas han tenido su chamán, su curandero, el hombre un poco sabio que conoce las hierbas, las mezclas, las infusiones, las familias, los males de la región y los aplica a curar a su gente. Pues, así como los tzeltales o tzotziles cuando se enferman buscan a un curandero, así todas las civilizaciones han generado la profesión de médico y de todos los profesionales de la salud, los psicólogos, los nutriólogos, los terapeutas físicos, los tanatólogos, etcétera.
El acercarte a uno u otros dependerá sin duda de tu concepto de enfermedad: Por ejemplo, si tu concepto de salud es ancestral, sin acceso a los modernos descubrimientos de la ciencia, puedo reflexionar de la siguiente manera:
“¿… se me ha metido un mal espíritu…?, debo ver al brujo.
“¿… me dio un mal aire…?, debo ver a un curandero?
O bien, si me concepto es más moderno, puedo asociar mi enfermedad con alteraciones específicas.
“¿… tengo parásitos…?, debo tratarlos.
“¿… tengo familiares con diabetes, podrá mis síntomas ser el aviso de este mal?
“¿… tengo un virus de la hepatitis…?, debo erradicarlo.
“¿… tengo várices esofágicas…?, debo ligarlas?
“¿… tengo fibrosis hepática…?, debo tratarla.
Y así, poco a poco, algunos de los profesionales de la salud actual hemos aprendido a actuar como modernos chamanes. A meternos no sólo al subconsciente y hurgar y negociar con los espíritus del mal, sino a disecar con minuciosidad los síntomas, leer los estudios de laboratorio (“la biologíe” de la escuela francesa), a explorar con detalle la piel, el cuello, el tórax, el abdomen y las extremidades (“la anatomie”); las conexiones nerviosas, los sentimientos, las tristezas (“la psicologie”), hasta detectar todos los males, evaluar su grado de afección y proceder a integrarlos en una o varias enfermedades.
Algo parecido realiza un buen ingeniero, recorre la construcción, verifica muros y paredes, ductos y cables, hasta encontrar la raíz del mal y poder elaborar un diagnóstico de construcción y una propuesta de reparación.
Por eso, si haces la metáfora de tu cuerpo con tu casa, ayudarás muchísimo a entender qué te pasa, que está ocurriendo en lo profundo de tu biología, de anatomía y psicología, para poder repararlo.
El cuidado de tu casa y de tu cuerpo primero es un asunto personal y luego podrás recurrir a un experto.
Por ejemplo, si construyo muy alto con pocos cimientos, podría generar desequilibrio de cargas. En el caso de las articulaciones se entiende bien. Demasiado peso (gordura) desgasta columna y articulaciones. Los músculos y tendones pueden perder potencia y poco a poco las articulaciones terminan rosando entre ellas, hasta desgastar o acabar con el cartílago. En el caso del hígado, por ejemplo, demasiada comida, demasiados kilos, terminan produciendo un acumulo de grasa en el hígado (foie gras = hígado graso) que produce ruptura celular, inflamación y luego fibrosis (cicatrices) que trastornan el equilibrio de las células, la microcirculación y luego afectan la función de este órgano tan relevante de nuestro cuerpo, de nuestra casa.
Para cualquier ingeniero, es claro que deben regularse las cargas de la construcción, así también nosotros debemos limitar excesos de bebida, de comida, de estrés, de mal dormir, de mal vivir.
En fin, como diría James Joyce, “hay que ser generosos, pero justos”, en las medidas de las cosas. Si hurgamos en las sombras de nuestra casa detectaremos los rincones que requieren un poco de más cuidado. Si hurgamos en los rincones de nuestro cuerpo y de nuestra mente encontraremos la cura para varios de nuestros males.
“La poesía no es de quien la escribe, sino de quien la necesita”. Frase de Mario Ruoppolo, personaje de “el cartero (“il postino”), película de Pablo Neruda.